Escribe: Luis F. Sotres
Francis Ford Coppola es un director que se ha inmortalizado a través del exceso cinematográfico, tanto en las historias que cuenta como en la realización de éstas mismas (la producción de Apocalypse Now es una leyenda a este punto). Esta faceta del director contrasta notablemente con The Conversation, una película introspectiva que transmite un sentimiento de caer silenciosamente en la locura. El vórtice de inestabilidad es el protagonista Harry Caul, un agente de investigación privado que se obsesiona con su último hallazgo: una conversación entre dos personas en una plaza pública de San Francisco. A partir de su primera aparición, la película se vuelve un estudio de personaje de Caul, un hombre solitario y paranoico que busca la desaparición completa en un mundo menguado.
La primera cabeza metafórica es cómo Coppola retrata San Francisco, tanto en su imagen como en su sonido. La ciudad se percibe sintética en su fotografía, con pasillos vacíos, ventanas opacas y edificios grises. Esta excelente fotografía resalta la alienación del protagonista y contrasta notablemente con otras representaciones de San Francisco y California, que notablemente las muestran soleadas y coloridas (Vértigo de Alfred Hitchcock es el mejor ejemplo de esto). Sobre este escenario se desenvuelve una película de espionaje, dos años después del escándalo de Watergate del presidente Nixon, lo cual la colocó en un momento de relevancia cultural en su estreno. Aquí es importante notar que Coppola declaró haber terminado el guión de la película en la década de 1960, mucho antes del escándalo, si bien la película se comienza a producir en noviembre de 1972, contemporánea a Watergate. No obstante, la trama de The Conversation termina siendo un eco de los acontecimientos políticos, en un mundo vigilante y cínico hay una pregunta que permea el metraje ¿Hay autenticidad en la modernidad? Antes de pasar al siguiente punto, me permito resaltar la increíble banda sonora de David Shire, que rescata los mejores aspectos del jazz y los hace parte integral del personaje de Harry Caul.
La segunda cabeza metafórica es cómo Coppola escribe a Harry Caul en una media existencia, un hombre que no parece estar en ningún lado. Harry es interpretado por Gene Hackman, quien realiza un gran trabajo con un rol particularmente difícil, dada que la vida de Harry es vive particularmente en su interior. Harry Caul es un espía especializado en la captura audio y/o video, el cual es admirado por sus pares en el oficio. Su conducta es metódica, diligente y neurótica, lo cual lo hacen bueno en su trabajo, pero terrible en el trato con las personas. A partir de la conversación titular de la película, la persona que Harry ha construido comienza a desmoronarse al darse cuenta de la soledad que vive y los dilemas éticos de su trabajo. Este último punto me confundió como espectador porque Harry, a mí parecer, resulta una persona tremendamente ingenua para su carrera laboral. Igualmente, creo que Harry es pésimo en su trabajo, a pesar de que el guión y los personajes lo consideran admirable. Aquí no sé si es un detalle intencional de Coppola o simplemente su ignorancia en el campo de la inteligencia, pero sí me perdió un poco mientras veía la película. Hablar más de Harry y la trama podría arruinar la experiencia de verla, por lo que mi reseña termina aquí. Recomiendo ampliamente ver esta película para cualquiera que me lea.